domingo, 13 de noviembre de 2011

Una Embriagante Oda a la Vida



Película: THE TREE OF LIFE

     El Árbol de la Vida
Director:  Terrence Malick
Guión:     Terrence Malick
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Reparto:    Brad Pitt, Jessica Chastain, Sean Penn, Hunter McCracken…
País/Año:  2011


La última creación de Terrence Malick es un reto tanto para quienes la aman como para quienes la odian; es de esas cintas ante las cuales no se puede mostrar indiferencia. Durante más de 2 horas de duración, interminables metáforas visuales inundan la pantalla grande en un desfile lírico y muy personal -orquestado por el director-  que lo mismo hipnotiza y desespera al espectador.

Leí en días pasados los comentarios del crítico de cine Ernesto Diezmartínez quien al referirse a esta película señaló: “lo cierto es que fascina y exaspera en partes iguales”.  Creo que se trata de una justa descripción de esta obra cinematográfica difícil de ser etiquetada o definida por completo.  Creo también que la promoción de El Árbol de la Vida debería incluir una especie de recomendación para el público: en vez de intentar explicar de inmediato las imágenes que ante sus ojos irán apareciendo, simplemente agudice los sentidos para seguir el cadencioso y muy sutil correr de esta propuesta fílmica diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en la cartelera comercial.  Quizá esta advertencia impediría que parte de los espectadores se den por vencidos ante una película que no se parece a lo que usualmente ven en las salas de cine, aburridos ante una película que no parece corresponder de inmediato a las escuetas sinopsis o al cartel promocional de la misma.

De esta manera, Malick nos presenta una narrativa diferente, contemplativa, paciente, simbolista y preocupada por ser hermosa.  El trabajo de Lubezki para armar fotogramas sencillamente bellos, merece una mención honorífica, ya que junto con la majestuosa música y la atinada edición, logran hacer de la cinta un auténtico poema visual.

Al director parece no preocuparle tanto la audiencia como el presentar una reflexión personalísima sobre la vida, cargada de metáforas filosóficas y de símbolos religiosos o más bien divinos, rebosantes de naturaleza y de humanidad.  Construye así en la primera parte de la película un poema elaborado con fascinantes metáforas que se remontan –casi sin diálogos- al origen mismo de los tiempos, a la creación, al mundo de la naturaleza, al “estado de gracia” en donde no existen preceptos ni cuestionamientos, únicamente la mera existencia y el orden natural de la vida.


 
En esta narración preciosista que en ocasiones puede llegar a embriagar o empalagar, Malick nos presenta a Jack O’Brian y a su familia a través de las memorias del propio personaje, que como sucede cuando alguien recuerda su infancia, están envueltas en un velo agridulce que le dan una textura muy parecida a los sueños.

La cinta nos conduce sin prisa alguna a un mundo etéreo y onírico: al mundo de las memorias, de la espiritualidad, al mundo de los contrastes… a ese universo interno que habita en todos nosotros y que debate con la realidad muchas veces más fría y ajena (como aquella que rodea a Sean Penn ya en su etapa adulta). 

La familia O’Brian es el eje de esta historia que no cuenta una anécdota como la mayoría de las películas tradicionales, sino que nos invita a sumergirnos en una dimensión simbólica y divina que versa sobre la existencia misma.  La muerte de uno de los hijos de esta familia hace pedazos el sueño de la felicidad absoluta y perfecta y es entonces que los recuerdos se tornan representativos y llenos de significados.  Cuando la estructura ideal que conformaba nuestra realidad se fragmenta y da lugar a los cuestionamientos, a la racionalidad en pugna constante con la emoción. 


Malick emprende este viaje introspectivo a través de las memorias del hijo mayor O’Brian: Jack, quien busca el sentido de la vida cuando parece haberlo perdido tiempo atrás.  Su guía en este viaje íntimo, son sus memorias: su propia voz como adulto y como niño, la voz sublime y presencia angelical de su madre (Jessica Chastain) y la voz de su igualmente amoroso pero enérgico y exigente padre (Brad Pitt).

Chastain y Pitt logran personajes muy sólidos y bien interpretados, llenos de sutiles matices que combinan con las actuaciones infantiles perfectamente desarrolladas a tono.  No es difícil entender la inconformidad de Sean Penn ante su papel dentro de esta película, puesto que no logra conectarse a la historia como el resto y en ocasiones puede resultar incluso un rol innecesario para alguien con sus dotes histriónicas.

El cisma en Jack O’Brian y en su familia nos recuerda el universo que vive en cada ser humano, fragmentado, en ocasiones en pugna y en desacuerdo, plagado de dualidades, lleno de interrogantes y cuestionamientos sobre el bien y el mal, sobre el deber y el simplemente ser.  Ese universo interno alimentado por emociones tan intensas como el amor y el odio que en ocasiones desdibujan sus fronteras de la misma manera que se desdibujan los recuerdos.

Ese cataclismo que ocurre al emprender un viaje introspectivo hacia la raíz de nuestras emociones, de nuestras creencias, de nuestras ideas y nuestros afectos… ocurre también en la familia retratada por Malick, en sus secuencias eternas y sus diálogos que parecen muchas veces máximas o incluso plegarias y preguntas dirigidas a una dimensión superior y divina que constituye nuestra personal espiritualidad.


Es así que “The Tree of Life” ordena sus múltiples piezas para crear una oda visual y muy personal hacia la vida, una oda que puede resultar a veces seductora, a veces sumamente exasperante como la vida misma.  Se trata de una pausa para algunos demasiado larga, una reflexión contemplativa hacia la inmensidad de ese universo interno y complejo que permea cada paso del camino al que llamamos vida. 

El Árbol de la Vida es una reflexión desde el estado perfecto de gracia y simplicidad, su evolución por el raciocinio, el cuestionamiento e incluso la lucha interna para poder regresar al estado más simple, hacia la emoción más pura y natural no sin antes haber realizado el viaje necesario para comprenderlo.

La película y su autor pueden ser calificados como pretenciosos y es una descripción que no se aleja demasiado del resultado observado en la pantalla.  Se trata de una poesía cinematográfica, sumamente ambiciosa, llena de pretensiones, símbolos y metáforas; de rebuscamientos y excesos que en ocasiones se olvida del espectador para cumplir los caprichos más íntimos de su realizador.  Sin embargo, es también una cinta que con todo y sus excesos y libertades -muchas veces hasta el punto del empalagamiento- da pie a múltiples lecturas de gran profundidad, cuya armonía visual y estética no pasa desapercibida e incluso conmueve.  Así, como un vino de fuerte sabor y no tan fácil de digerir, “The Tree of Life” es capaz de embriagar; sin embargo, merece la oportunidad de ser degustado con calma y apreciado por su virtud de diferente y personal.

 TR


 

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